Comentario
A la hora de dividir el Paleolítico Superior, la aparición de una gran diversificación formal, que como veremos se puede deber a tradiciones culturales, permite el establecimiento de gran número de clasificaciones. El Paleolítico Superior no se puede reducir a escala continental, sino que se ha de hablar de regiones. Dada la fuerte diferencia en el conocimiento y sistematización de este periodo en las distintas partes del mundo y su complejidad, nos vamos a centrar fundamentalmente en el continente europeo; en él las diferentes tradiciones culturales están relativamente bien establecidas. Conocimiento que nos permitirá ahondar en las características específicas de las culturas, sin perdernos en una enumeración de etapas y fases exóticas. Sólo haremos constancia de aquellas regiones cuya influencia directa sobre nuestro continente ha sido utilizada por los diferentes autores para explicar o justificar las singularidades de las distintas fases culturales.
Como iremos exponiendo, el Paleolítico Superior europeo presenta unas subdivisiones cuyo sentido ha sido interpretado de distintas formas según las distintas corrientes de investigación. En los primeros años del siglo, la tendencia para explicar las diferencias se centraba en la denominada hipótesis de las invasiones. Cada una de las divisiones del Paleolítico Superior se interpretaba como la aparición de nuevos tipos humanos procedentes de otras regiones. Sin embargo, esta interpretación no se vio apoyada por los datos antropológicos y, además, nunca explicaba qué pasaba con las poblaciones locales, salvo creando complejos mecanismos migratorios, con lo que la Prehistoria se convertía en un continuo ir y venir de grupos humanos. La aparición de la Nueva Arqueología y el estudio de la influencia de las condiciones medioambientales sobre los grupos humanos, postuló una interpretación basada en la aparición de cambios culturales ligados a los cambios climáticos, como reacción de los grupos a los mismos. Esta tendencia, con relaciones con la ecología cultural, propició el establecimiento de mejores secuencias climáticas que progresivamente tendían a diluir la ecuación cambio climático = cambio cultural.
En la actualidad, vemos cómo en las diferentes fases los cambios climáticos siguen ciclos que podemos seguir con precisión lo que, unido al desarrollo de técnicas de dotación radiométrica, nos permite conocer la extensión cronológica de las diferentes subdivisiones del Paleolítico Superior y constatar que su extensión es, en la mayoría de los casos, coincidente con varias etapas climáticas. Por otro lado, vemos cómo los cambios climáticos no son bruscos por lo que su repercusión sobre la cultura humana no son siempre constatables por acción directa, lo cual invalida el criterio climático como motor de los cambios culturales. El problema se sitúa así dentro de la propia cultura humana.
A lo largo del Paleolítico Superior observamos una sucesión de cambios en la estructura de los conjuntos, cuya explicación no se adecúa a ningún carácter externo, por lo que queda la propia dinámica interna como responsable de los cambios. Los restos industriales representan el reflejo de las necesidades y funciones de los grupos, pero también vemos, tal y como demuestran los análisis funcionales, que las actividades no son diferentes a lo largo del tiempo y que para llevarlas a cabo los grupos utilizaron no sólo piezas retocadas, sino también, a veces, lascas u hojas sin retocar. Lo mismo podemos decir de los instrumentos de asta.
El Paleolítico Superior presenta una sucesión de formas y modelos decorativos diferentes. De nuevo nos encontramos con el problema. ¿Por qué los grupos humanos utilizaron su tiempo en tallar y retocar determinadas lascas u hojas o en preparar astas en formas estereotipadas, cuando podría realizarse la misma función con piezas sin trabajar? La distribución restringida cronológico-espacial de muchas de ellas nos permite considerarlas como producto de una intencionalidad social, como reflejo de las intenciones de los grupos de individualizarse y de desarrollar formas o decoraciones que los permita distinguirse de los demás.
Historiográficamente, las primeras sistematizaciones de los conjuntos culturales del Paleolítico Superior son de fines del siglo XIX. De los primeros son los trabajos de los Mortillet, en 1901, que distinguían dos fases: una primera, caracterizada por útiles de piedra que engloba al Musteriense y al Solutrense, y una segunda, con el Auriñaciense y el Magdaleniense, caracterizada por útiles de hueso. Después, en 1912, Breuil hizo otra sistematización, situando el Auriñaciense en su lugar, entre el Musteriense y el Solutrense. Así, sitúa un Auriñaciense Inferior (con puntas de Chatelperron), un Auriñaciense Medio (con azagayas de base hendida) y otro Auriñaciense Superior (con puntas de La Gravette). A éste sigue el Solutrense, que divide en Protosolutrense (con puntas de cara plana), Inferior (con hojas de laurel), Medio (con hoja de sauce) y Superior (puntas de muesca). El final del Paleolítico Superior se marca por el Magdaleniense, dividido en Inferior, Medio y Superior, atendiendo a la presencia de diferentes tipos de azagayas y arpones.
En 1936, Peyrony propuso que el Auriñaciense como tal no existe. Por un lado, hay un Auriñaciense Medio que mantiene, y, por otro el Inferior y el Superior se engloban en una misma fase que llama Perigordiense. Dividido en Perigordiense Inferior con puntas de Chatelperron y otro Superior con puntas de la Gravette. Para él no hay una cultura con tres fases sino dos culturas diferentes pero contemporáneas. El esquema de Peyrony fue criticado por Breuil y por la escuela inglesa de D. Garrod, entre otros. Garrod retomó la teoría original de Breuil y consideró que el Auriñaciense inferior se debe llamar Chatelperroniense, el Medio queda como Auriñaciense sensu stricto y el Superior como Gravetiense. Es una cuestión de evolucionismo estricto o no. Breuil es estrictamente evolucionista, Peyrony permite líneas separadas de evolución y Garrod vuelve al evolucionismo estricto. Hoy se admite el esquema de Breuil con las críticas e innovaciones de Peyrony, a través de los trabajos de Sonneville-Bordes que subdivide otra vez en fases menores.
Ese es, en general, el estado de la cuestión. Es un esquema muy evolucionista, que no siempre ha resistido la cronología absoluta. Se ha visto que la dispersión geográfica y las fechas de los yacimientos no siempre se corresponden con este esquema, existiendo solapamientos entre estas fases. En la actualidad, se tiende a considerar grandes fases obviando las subdivisiones, cuya realidad no siempre excede a un solo yacimiento. En esto se aprecia el reflejo de las tendencias existentes en todas las ciencias taxonómicas. Por un lado, se da la tendencia a la agrupación cuando se aplican criterios taxonómicos vastos, uniendo aquellos grupos que presentan similitudes y minimizando las diferencias. Otra tendencia es la disgregadora, tendente a la taxonomía fina, maximizando las diferencias y creando grupos discretos. Ambas tendencias tienen ventajas e inconvenientes. Por un lado, la tendencia disgregadora tiende a multiplicar las entidades creando un sinnúmero de nombres que pueden llegar a dificultar la interpretación. Por otro, la agrupación puede tender a integrar dentro de la misma entidad grupos diferentes.